Ensayo Alexandra -parte A-

Alexandra - Parte A - El factor humano

La antena misteriosa

Las 7:30, día de Navidad, el teléfono suena estridente y puntual. - ¿Diga?... Si, todo en orden... Si, entendido... adiós-.

 

 

Cuelgo el auricular, tenemos luz verde, el plan sigue su curso. Miro de nuevo el reloj, es la hora. Apuro un último sorbo de oscuro café y me pongo en marcha. Mientras arranco el motor repaso, otra vez, la lista de material que he de recoger. A esta hora aun no se ve un alma por la calle, parece que ha llovido.

Todavía es de noche mientras, uno a uno, voy cargando en el maletero todos los elementos necesarios para poner en funcionamiento el sistema de transmisión. Baterías, líneas de transmisión, soportes y accesorios,  transmisor principal y secundario, todo semeja estar en orden... Solo falta la antena, pero la antena no aparece. No está en el lugar en que se se supone que la encontraría. ¿Que está ocurriendo?, no comprendo que ha podido suceder, pero la evidencia es que... no tenemos antena. Compruebo una y otra vez todos rincones del almacén, hasta el último resquicio, pero finalmente no tengo otro remedio que asumir la realidad: la antena ha desaparecido.

Estirando los segundos busco frenéticamente un rollo de cable y agarro lo que a todas luces parece ser una maleta de herramientas. Los arrojo con el resto de materiales y cierro el maletero con fuerza.. Debo ponerme en marcha ya... no conviene llegar tarde a la cita.

 

 

La cita

El día se presenta gris sobre la cuidad. En el lugar convenido, el señor D me aguarda desde hace unos minutos. Oculto dentro de su abrigo, apoyado inmóvil contra el tronco de un árbol, pasa desapercibido a la vista. Antes de entrar, su mirada inquieta escruta el interior del vehículo y exclama con un tono plomizo:
- ¿no viene nadie mas?-
- no- le respondo.

Nos ponemos en marcha. El señor D me guía a través de callejuelas y atajos poco habituales, para evitar los semáforos y eludir algún posible control policial, siempre inoportuno. Conduciéndonos a través de todo el laberinto urbano, parece conocer a la perfección las zonas menos recomendables de cada barrio.

- ¿tenemos tiempo para un café?- pregunta sin mejorar el tono.
- no.

Conozco a algunos tipos que serían capaces de rebanarte el pescuezo por un café, y el señor D tiene todo el aspecto de pertenecer a esa categoría de individuos. Eso constato en silencio mientras sus ojos nerviosos saltan de un lado a otro de  la calle en busca de algún local abierto. Aplasto el acelerador y, sin detenernos, atravesamos la ciudad en una exhalación. Pero nuestro destino no está cerca y aún nos quedan muchos kilómetros de viaje por delante.

 

 

El encuentro

Los neumáticos se quejan en alguna que otra curva y disparan la grava del arcén, que hace blanco certero sobre el acero del quitamiedos. Apenas nos encontramos tráfico,  a pesar de ello vigilo con frecuencia el retrovisor, pero parece que nadie nos sigue. Conforme avanzamos hacia las montañas la mañana se vuelve aún mas gris y pesada. La niebla pegajosa se resiste a abandonar las cimas, presagiando que no vamos a tener un día fácil.

Hablamos poco. La mirada del señor D escruta con ansiedad los solitarios pueblos que atravesamos, en busca de algún local abierto. Rozando la impaciencia, apenas logra articular unos comentarios inconexos sobre la necesidad vital para todo ser humano de una taza de café calentito, con su aroma envolvente y esa espumilla dorada hipnotizante...

Asiento con la cabeza, aunque no consigo entender bien lo que está diciendo. Tal como están las cosas, me parece mas sensato no realizar por el momento ningún comentario respecto a la desaparición de la antena.



Llegamos. Apenas 60 segundos sobre la hora acordada, pero el señor H y el señor F nos esperan ya en el punto de encuentro. El viento sopla intensamente y la desagradable sensación de frío invita a salir pitando de aquel lugar. Con una mano sujetando el sombrero para que no salga volando, nos saludamos sin malgastar las palabras, mientras todos parecemos preguntarnos: ¿que diablos estamos haciendo aquí?.

Antes de que puedan decir mas, algo les pongo al tanto de la situación: -Señores... no tenemos antena... -

No estoy totalmente seguro de que me hayan comprendido, o tal vez si. Debido a mis palabras, o tal vez a consecuencia del viento helado, se quedan petrificados durante una décima de segundo que resulta interminable. Afortunadamente no van armados, o eso prefiero creer.

 

 

Alexandra

El señor F es el primero en reaccionar. No es la primera vez, ya hemos vivido antes escenas parecidas y sabe lo que hay que hacer. En una carrera contra los segundos comienza a elaborar sobre la marcha una antena de emergencia. Un par de tanteos bastan para lograr la adaptación de impedancias correcta. En breves minutos disponemos ya de una antena completamente funcional.



El señor H, que supervisa toda la operación, observa circunspecto el montaje de cables del señor F y masculla:

- ¿que demonios es eso?.
- una antena dipolo- le respondo.
- ¡oh! en efecto... hacia años que no veía una de esas... - asiente.

Entre tanto, y mientras conectamos la fuente de energía al transmisor y disponemos todo lo necesario para comenzar la secuencia final, el señor D, que hasta este momento se ha mantenido algo al margen, y parece por fin resignado a sobrevivir sin café, pregunta:

- ¿es segura esta ubicación?
- si -le respondo- y si no lo es... lo sabremos pronto.

Bueno, la suerte está echada. Hay situaciones en las que, sencillamente, no cabe la vuelta atrás. Por una razón u otra estás ahí y lo afrontas. Es la hora, ha llegado el momento de activar el transmisor.



Presiono el manipulador y... nada sucede. El aparato transmisor no genera onda de radiofrecuencia. De repente el tiempo parece haberse detenido. Frenéticamente repasamos las conexiones y la configuración de los dispositivos. Reemplazamos el manipulador... pero sin resultado. El señor D, el señor H y el señor F clavan sus ojos en el transmisor sin atreverse a parpadear. Se masca la tragedia.

Lo intento por segunda vez, pero el transmisor se obstina en no arrancar. Durante esos instantes interminables los minutos galopan sobre la esfera del reloj desbocados, e incluso el frío parece haber huido de allí. Antes de optar por emplear una onda de baja potencia, usando el transmisor secundario, el señor F propone emplear su propio transmisor, de modo que realizamos la sustitución del transmisor al vuelo.  Sin embargo las conexiones de suministro de energía de ambos transmisores no son compatibles.

Entonces, sin tiempo a anticiparlo, como un relámpago, la hoja destellante de una navaja atraviesa el aire.

Visto y no visto. El filo insensible se lleva por delante el par rojo-negro y un conector de alimentación cae rodando por el suelo, inerte. En una situación así cualquiera habría encontrado mas de un motivo razonable para no actuar, para abandonar y marcharse como ha venido. Pero esa no es opción para un radioaficionado. Sabes que siempre hay un plan b, solo tienes que mantener la mente lo bastante fría para dar con el. Tienes a tu alcance las armas adecuadas y sabes como usarlas. Un navajazo limpio y empate de molinete. Visto y no visto. El rojo es el negativo... ¿o era al revés?... no piensas, actúas. La cinta aislante ocultará las cicatrices.



Una última verificación antes de intentarlo de nuevo... antena:ok... suministro de energía:ok... ajuste de frecuencia:ok... generación de onda portadora:ok... controles a máxima potencia... son las 10:45... nadie respira... presiono el manipulador... ¡Alexandra está en el aire!

73. Señor J.

 

Comentarios

No la he visto, pero la he sentido.

Espero que algún día me la presentes. 73.

Excelente narración! Me ha gustado bastante! Ojalá uno de estos días pueda toparme a Alexandra en el aire. 73 de XE1GOX

<p>&nbsp; Fue una mañana de navidad fría pero muy divertida y sobre todo haciendo radio en buena compañía ;-)</p><p>&nbsp; &iexcl;&iexcl;Saludos Yani desde el otro lado del charco!!</p>

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